Joan Coscubiela Conesa
Fundació Cipriano García
En los próximos días se iniciará un intenso y largo proceso electoral, con tres etapas en el que, además de la elección de nuestros representantes en las instituciones, nos jugamos la posibilidad de cerrar una de las etapas más nefastas de nuestra historia democrática.
Lo que ha sucedido desde el 2008 no es sólo una crisis económica, la más grave y profunda de las últimas décadas.
Ha sido y continúa siendo una de las manifestaciones del profundo terremoto que una globalización económica sin reglas, ni derechos, sin gobierno político y con la hegemonía ideológica y política de los mercados financieros está provocando en nuestras sociedades.
En la Unión Europea este factor global de la crisis ha venido a confluir con un proyecto no sólo inacabado, sino profundamente desequilibrado. Y ha puesto de manifiesto los riesgos, incluso para el propio sistema, de mantener una unión monetaria, con las limitaciones a la soberanía de los Estados que ello comporta, sin construir al mismo tiempo una unión política, capaz de sustituir una soberanía democrática por otra de mayor entidad.
Y si no era suficiente con la confluencia de la crisis global y la europea, en España, la profundidad de los desequilibrios económicos generados durante los años felices de la burbuja especulativa y el desgaste de las instituciones democráticas, han convertido esta crisis en la tormenta perfecta.
En España han confluido todos los ingredientes para una profunda deslegitimación social del sistema político nacido de la transición.
Como toda estructura humana, el engranaje de la transición, expresado en el Pacto Constitucional, ya había dado muestras de cansancio de materiales y presentaba fisuras.
En el terreno económico-social la debilidad del Estado Social, fruto de un sistema fiscal cadavérico, ya se había manifestado en forma de insuficiencia de recursos. Y había puesto de manifiesto la incapacidad para reducir, vía políticas públicas, la profunda desigualdad creada por unos mercados financieros globales con una gran capacidad de generar desigualdad.
En el terreno de la organización política del Estado, la falta de un proyecto de Estado plurinacional y su sustitución por constantes movimientos tácticos que se inician con la generalización del estado autonómico en 1978 y que alcanzan su cenit en el conflicto por el estatuto de autonomía de Catalunya, expresan el agotamiento del modelo autonómico. Y no sólo por la incapacidad de abordar la realidad de Catalunya. También por la imposibilidad de mantener 17 estructuras de poder, que se quiere simétricas aunque no lo son, con el argumento de una falsa equidad que confunde interesadamente igualdad con uniformidad.
En el terreno democrático, el agotamiento se expresa en la debilidad de las formas representativas de organizar la democracia. No es un fenómeno nuevo ni sólo español, hace 100 años una gran jurista, Kelssen, ya advirtió de lo limitada que era una democracia estrictamente representativa. Pero en el caso del Estado español, lo que en la transición fueron medidas que se presentaron como mecanismos para reforzar una democracia débil y sobre todo para garantizar su control, se han acabado comportando como un boomerang que ha rebotado contra la propia democracia. El sistema electoral construido para garantizar el bipartidismo ha pasado a ser un potente mecanismo para controlar todos los poderes del Estado. A partir de la perversión democrática que supone que la mayoría conseguida en las urnas, con o sin las muletas de CIU y PNV ha acabado con hacer desaparecer la división de poderes que es un factor clave de la democracia, junto a la pluralidad de los medios de comunicación y la fuerza organizada de la sociedad.
Estos factores existían antes de 2008, pero la crisis los ha acelerado y agravado, sobre todo como consecuencia de la reacción que han tenido los poderes económicos y sus representantes políticos.
En vez de divisar el inicio de una fuerte crisis social y de deslegitimación democrática, los poderes económicos han visto una oportunidad para una gran contra-reforma del Estado. Y a esa tarea se ha dedicado el Partido Popular durante esta legislatura, con más apoyos de CIU que lo que las apariencias hacen presumir.
En vez de intentar salvar el Estado social y democrático, Rajoy ha visto una oportunidad para imponer su modelo autoritario y antisocial de Estado, construido sobre cuatro pilares básicos: fuerte desregulación laboral y precarización de condiciones de trabajo y salarios; privatización del sector público, generando nuevas oportunidades de negocio para aquéllos a los que la crisis ha dejado sin sus tradicionales fuentes; recentralización del Estado no sólo contra las CCAA, sino también contra la autonomía municipal; limitación de las libertades, a partir de un recrudecimiento de la criminalización de las movilizaciones y un control acérrimo de los medios de comunicación, los públicos directamente, los privados a través de sus propietarios y las relaciones entre poder económico y poder político.
Reconstruir todo aquello que la mayoría absoluta del PP ha destruido durante estos cerca de cuatro años no será fácil. No lo es, porque los niveles de endeudamiento del Estado Español son aún muy importantes y por tanto su dependencia de los mercados financieros elevada, a pesar del espejismo provocado por la caída de los tipos de interés.
No será fácil, porque en estos análisis suele olvidarse siempre la variable más independiente, la de los poderes económicos, que en unos mercados globales han adquirido un gran poder político real.
Tampoco ayuda el hecho que en este contexto de deslegitimación de todo lo colectivo, las organizaciones sociales, sindicales y partidos políticos han sufrido una fuerte deslegitimación democrática causada por la percepción ciudadana de inutilidad frente al poder y también por los errores cometidos. Sin olvidar que ha existido un interés evidente por erosionar la legitimidad de todo aquello que pudiera jugar un papel de contrapeso, contrapoder social.
La descomposición del modelo de negocio de los medios de comunicación y su batalla a muerte por sobrevivir tampoco ha ayudado a hacer de los medios un factor de reflexión y construcción de alternativas, pero este aspecto tiene una dimensión que sobrepasa y mucho el alcance de estas notas.
Son, pues, muchas las dificultades con las que topamos en este proceso de reconstrucción. Pero por el contrario parecen grandes potencialidades. La sociedad ha tenido una gran capacidad de resistencia social, más allá de las tendencias humanas al individualismo y a la resignación.
Esta capacidad de resistencia se ha plasmado en formas de organización social que recogen gran parte de las experiencias de viejos movimientos sociales como el sindicalismo, pero que han asumido nuevas y renovadas formas. Es el caso de las Plataformas de afectados por las hipotecas o las diferentes iniciativas de economía cooperativa.
En definitiva, parecen existir en nuestra sociedad fuerzas e ingredientes suficientes para generar esperanzas de que podamos revertir esta situación.
¿Cómo articularla políticamente en algo más complejo?. La sociedad pide al mismo tiempo dos cosas que en la práctica son muy difíciles de congeniar. Pide proyectos a la medida de cada persona y sus prioridades. Las identidades sobre las que se construyen los proyectos son cada vez más identidades que agrupan intereses pero que al mismo tiempo niegan identidades más amplias. Éste es uno de los elementos que aparece en las mareas reivindicativas cuando se trata de convertirlas en propuestas alternativas. Y al mismo tiempo que la sociedad pide proyectos a su medida, exige procesos de unidad a sus representantes.
Basta ver qué sucede en Catalunya, donde la existencia de cinco ejes que atraviesan la política – eje social, el nacional, el eje vieja/nueva política, el europeo, el democrático- genera la existencia de al menos 9 espacios políticos diferenciados. Y en consecuencia la dificultad por confluir.
Es en este escenario en el que estamos, en el que cuanto más poder y fuerza tienen los mercados, más debilidad expresa la política, como expresión de la organización de la sociedad.
Por eso creo que hay un factor que es determinante para intentar reconstruir todo aquello destruido durante estos años. La apuesta por las confluencias preelectorales y por los pactos postelectorales.
Sin una apuesta nítida por la confluencia, las fuerzas de que hoy ha hecho gala la sociedad no podrán canalizarse ni social ni políticamente.